Imagínate que te encuentras en el muelle de Plymouth, Inglaterra, una ciudad portuaria verde y bonita. Es el año 1620. Te estás despidiendo de tus amigos y familiares. Lo más probable es que nunca los vuelvas a ver.
Tal como muchos europeos de tu época, estás abordando un barco hacia el Nuevo Mundo. Tu barco se llama el Mayflower y viajaras en él durante dos largos meses. En lugar de dormir en tu cómoda cama, duermes apretado entre otros pasajeros en una cubierta de madera dura debajo de la cubierta principal. No hay agua caliente, por lo que día tras día usas la misma ropa sucia. Comes carne salada de caballo, de vaca, de cerdo o pescado. Te duele la mandíbula por morder las galletas duras y secas que se llaman hardtack. Ya no puedes soportar mirar otro frijol u otro guisante seco. Lo peor de todo es que cuando las tormentas golpean el barco, terminan empapándote todo, incluyendo tu ropa y la comida asquerosa.
¿Qué te hizo decidir venir en este peligroso viaje? La libertad. La libertad para practicar la religión de tu elección. La libertad para creer lo que crees y no lo que alguien te dice. O tal vez, para buscar aventura o la oportunidad de comenzar sin nada y abrirte camino hacia la riqueza. Cualesquiera que fueran sus motivos, muchos europeos cruzaron un océano de obstáculos para llegar al Nuevo Mundo. ¿Qué les pasó? ¿Qué pensaban los nativos americanos de estas criaturas de aspecto extraño? Sigue leyendo.